martes, 5 de marzo de 2013

La ciudad

Dos inmensas ciudades, una grita, la otra mira e intenta hablar, desde mi punto de vista las dos me suenan a exageración incompleta. Acepto que las creaciones utópicas que rondan mi mente no existen y me planto como un potus en la puerta de la nada. Me refriego con la palma toda la superficie de la cara, muevo la nariz, aprieto mis ojos y desplazo mi boca, me muerdo un poco la piel que rodea la uña del índice, me sostengo la frente.

Me quiebro.

Rasgo papeles viejos y los acumulo en el cajón de los zapatos, comienzo a buscar y robar algunos libros de geografía y al ritmo de tchaikovsky, los tiro uno arriba del otro creando pilas por toda la habitación. Cierro con llave la puerta, trabo la ventana, desenchufo el teléfono y rodeo la computadora con cinta adhesiva. Utilizo agua y pegamento para tapizar las paredes de papel, el televisor de papel, los placares de papel, el escritorio de papel, me siento en el banquito todo un día y espero que se seque. Construyo pequeñas casas con cajas de discos, pego algodón en el techo y pongo árboles de pincel. Apago todas las lámparas y pongo únicamente las luces blancas navideñas para iluminar la noche acumulada y fría. 

Siento mi estómago rugir.

Golpea la realidad, estoy parada en mi banquito, el obelisco de mi ciudad, una parte de mi me celebra y la otra tiene miedo. Humedad. Truenan mis huesos y siento como me alcanza la tormenta. Empieza a caer la lluvia, mis ojos cristalizados observan el temporal. Las calles se inundan, los libros se doblan, las casas se caen, el papel se deshace, ya se me mojan los pies. El llanto no cesa, ya siento el cansancio, tomo un último respiro.

Por qué nunca aprendí a nadar?