martes, 17 de mayo de 2011

Paradoja












"Si la contradicción es el pulmón de la historia, la paradoja
ha de ser, se me ocurre, el espejo que la historia
usa para tomarnos el pelo.
Ni el propio hijo de Dios se salvó de la paradoja. Él
eligió, para nacer, un desierto subtropical donde casi nunca nieva,
pero la nieve se convirtió en un símbolo universal
de la navidad desde que Europa decidió europear
a Jesús. Y para más inri, el nacimiento de Jesús es, hoy
por hoy, el negocio que más dinero da a los mercaderes
que Jesús había expulsado del templo.
Napoleón Bonaparte, el más francés de los franceses,
no era francés. No era ruso José Stalin, el más rusos de
los rusos; y el más alemán de los alemanes, Adolfo Hitler
había nacido en Austria. Margherita Sarfatti, la mujer
más amada por el antisemita Mussolini, era judía. José
Carlos Mariátegui, el más marxista de los marxistas latinoamericanos,
creía fervorosamente en Dios. El Che
Guevara había sido declarado completamente inepto para
la vida militar
por el ejército argentino.
De manos de un escultor llamado Aleijadinho, que era
el más feo de los brasileños, nacieron las más altas hermosuras
del Brasil. Los negros norteamericanos, los más
oprimidos, crearon el jazz, que es la más libre de las
músicas. En el encierro de la cárcel fue concebido Don
Quijote, el más andante de los caballeros. Y para colmo
de paradojas, Don Quijote nunca dijo su frase más célebre.
Nunca dijo: ladran sancho, señal que cabalgamos.
"Te noto nerviosa.", dice el histérico. "Te odio", dice la
enamorada. "No habrá devaluación" dice, en vísperas de
devaluación, el ministro de Economía. "Los militares respetan
la Constitución", dice en vísperas del golpe de estado
el ministro de Defensa.
En su guerra contra la revolución sandinista, el gobierno
de los Estados Unidos coincidía, paradógicamente
con el Partido Comunista de Nicaragua. Y paradójicas
habían sido, al fin y al cabo, las barricadas sandinistas
durante la dictadura de Somoza: las barricadas que cerraban
la calle, abrían el camino."

El libro de los abrazos, Eduardo Galeano